Reflexión
Juan Puig Blanco
La escuela del siglo XXI como reflejo de la propia sociedad en la que está inscrita, se enfrenta a una serie de desafíos en un paisaje social en profunda mutación. Una escuela que se proyecta a través de la educación como sistema de aprendizaje que defiende y promueve unos valores universales como la igualdad de oportunidades, la enseñanza como forma para el desarrollo físico, mental, moral, espiritual y social de los alumnos. Todo ello siempre en un marco de libertad y dignidad de la persona y siguiendo los preceptos emanados de nuestra propia constitución, de nuestra carta magna.
Por supuesto que en este horizonte dinámico y en ebullición no faltan las tensiones y dificultades. El profesorado es consciente de los problemas y dificultades que conlleva su profesión de enseñante y que a veces se proyecta en un grado de desmotivación en muchos de ellos.
Frente a su propia autoestima personal, amor y pasión por su profesión, se añade por el contrario, un grado de insatisfacción y una sensación de estar poco reconocido y valorado.
Un profesorado que por otro lado es consciente que los programas curriculares a veces se encuentran poco adaptados a la realidad y que lucha por la calidad de sus contenidos. La formación continuada y el reciclaje pedagógico es una necesidad si no se quiere perder el tren de su tiempo, como por ejemplo, el uso de todas las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
A fin de cuentas ofrecer una enseñanza de calidad en consonancia con las demandas que exige nuestro presente histórico dentro de la gran comunidad europea.
Promover la formación integral de los alumnos, inculcar valores como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la fraternidad, la no discriminación o la defensa del medio ambiente, son entre otros, las señas de identidad que conforman la escuela actual. Una escuela de valores que debe tener en la familia su principal agente educador, aunque la práctica diaria, nos demuestre lo contrario, y el profesorado padezca esta dejación de funciones por parte del nucleo familiar.
Todo ello dentro de un programa educativo que busca la “personalización”. Cada alumno requiere una atención personalizada, que respete su propia identidad, realizando un ejercicio educativo que cubra todas las dimensiones de la persona: intelectual, física, espiritual y social. El alumno- con toda su problemática- debe sentirse motivado y orientado en las diferentes etapas de su proceso evolutivo y de madurez.
Juan Puig Blanco
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