domingo, 30 de marzo de 2008


Interculturalidad y té a la menta

Interculturalidad y té a la menta
Por Nicole Fuchs. Equipo Interculturalia


Documento del equipo interculturalia sobre la interculturalidad en la escuela.
Cada curso muchos educadores y educadoras se enfrentan al reto de la acogida de un alumnado que no sólo es nuevo en el colegio sino también en el país. Otros niños/as llegan a lo largo del año y eso hace la tarea aún más difícil, mientras se intensifica la nebulosa de la "interculturalidad en la escuela" con elementos como cultura, raíces, adaptación, identidad, choques, ... y gestión de la diversidad.
Una diversidad que se superpone o cruza con todas las diferencias, culturales, familiares, sociales, personales, ya existentes en las aulas y que los proyectos educativos tenían que integrar para lograr la formación del alumnado, el pleno desarrollo de sus potencialidades con igualdad de oportunidades. Ante estos nuevos elementos de diversidad y para que no nos perdamos donde más falta hace el discernimiento, hay que evitar los "atajos" que nos llevan a considerar a las diferencias culturales como elementos determinantes en la conducta del nuevo alumnado en la escuela y en la respuesta del profesorado o a crear una interculturalidad postiza. Parece adquirido que la integración es un proceso de encuentro, de reconocimiento y compromiso mutuo del que la acogida sería el primer momento.
Por un lado están las familias con su proceso de emigración / inmigración (dos momentos cargados de decisiones y vivencias determinantes) hasta arribar en nuestros barrios. Mientras, aquí, estamos definiendo nuestro talante de "sociedad de acogida" que muchos ya sólo llaman de llegada, receptora, de destino o residencia, por la recalcitrante aceptación que manifiesta hacia quienes han elegido este lugar para encontrar oportunidades de vida más digna o por responder a las demandas del mercado laboral. Aquí surge una primera dificultad para la interculturalidad, en cuanto que proceso de encuentro e intercambio entre personas con diferentes referentes culturales: la divergencia de las expectativas mutuas; probablemente nos sorprenderíamos o extrañaríamos mucho ante nuestros respectivos catálogos de imágenes. Sin embargo son determinantes en la vivencia del encuentro y por ello un primer hito en el camino del acercamiento es levantar la vista de los mapas trazados por los estereotipos y los prejuicios para mirar a la otra persona y orientar nuestros pasos hacia ella. Reducir las distancias marcadas por nuestros imaginarios respectivos nos ayudará a encontrarnos en un espacio de libertad donde podamos expresarnos y actuar con más confianza.
Sólo hace falta tiempo y disposición, una eficacia poco acorde con el estilo atropellado de la convivencia actual. Para acogernos, es decir abrir nuestros respectivos espacios reales y simbólicos a la presencia de las demás personas e ir a su encuentro, tenemos que querer conocernos y comprender que vivimos juntos. Esa es una perspectiva esencial: es importante saber de dónde venimos (sobre todo para comprender cómo vemos y vivimos los acontecimientos de nuestras vidas, y cómo nos encontramos con las demás personas) pero sobre todo es importante tomar conciencia de que compartimos el presente y estamos reorganizando nuestras sociedades para construir un futuro inevitablemente común, tanto a nivel local como global.
Todo en el planeta y en la humanidad es interdependiente: el medio ambiente y nuestras actividades. Hay muchas barreras que superar pero habrá que educarnos para el diálogo y la negociación, para la apertura a nuevos referentes vitales. En el peor de los casos, cabe recurrir a la mediación que nos puede ayudar a buscar la manera de identificar nuestras dificultades y las alternativas posibles. Retomando la imagen de los caminos y avanzando en la reflexión sobre la acción intercultural en los espacios educativos, quizás no esté de más caer en la cuenta de la difusión entre jóvenes de diferentes países de modas y comportamientos, incluso donde apenas hay medios de comunicación: comparten aficiones y deseos de objetos de consumo, productos y expresión de una cultura transfronteriza y transcultural que se está gestando, impulsada por los medios de comunicación y por los intercambios propiciados por turistas, inmigrantes en sus vueltas al lugar de origen, trabajadores/as expatriados/as, cooperantes, ..., y que nos puede servir de referencia para comprender lo que ocurre y encontrar un modo de avanzar en medio de todos los procesos de transformación de nuestras aulas y nuestros barrios.
El alumnado inmigrante tiene ciertamente dificultades específicas, unas son culturales (de conocimientos, comportamientos y valores previos; el idioma, incluso en el caso de los inmigrantes latino-americanos que, a menudo, se pasa por alto) pero otras son, ante todo, humanas: la separación de los seres queridos, la incertidumbre ante el nuevo entorno de vida, las dificultades de la instalación y la organización de la nueva cotidianeidad. Están también otras añoranzas, más difusas, que tienen que ver con este duelo e incluyen los olores, las sonoridades, los sabores familiares, etc. Es todo un entorno físico y simbólico que cambia y la cultura en ello es como la guía trastocada; sólo le pertenece a las personas emigradas reorganizarla.
Pero hay que ser concientes de que esta cultura que las personas tienen que reorganizar para tener referentes que les permitan "moverse" en el nuevo entorno social, no es lo que podemos pretender mostrar en una fiesta intercultural que algunos/as convierten en rastrillo folklorizante. El apoyo a un proceso de integración no es un culto a la nostalgia o a las imágenes que podamos tener de un país sino un acompañamiento respetuoso de las vivencias de la otra persona.
La emigración deja atrás tradiciones y lugares porque están atrapados en dinámicas, internas o impuestas desde fuera, que significan pobreza para sus habitantes, pero obliga a utilizar los referentes culturales de origen para realizar el proyecto de cambio de vida y de entorno socio-cultural. Poco tiene que ver con reportajes etnográficos o cuentos populares del mundo, sobre todo en el caso de los/las jóvenes. Y si no miremos los comportamientos de extranjeros y autóctonos en diversos lugares del mundo: los primeros recorren barrios históricos en busca de estampas "típicas" y objetos, o reproducciones de objetos, tradicionales; los segundos se concentran en las calles donde las tiendas ofrecen productos de la "aldea global" (zapatillas, vaqueros, cazadoras y camisetas con los consabidos logos, ...). Lo mismo ocurre con los restaurantes o espectáculos: donde se ofrece lo "tradicional" están los extranjeros, donde lo occidental, están los autóctonos con suficiente poder adquisitivo para seguir pautas de consumo y de conducta "globales". Por eso debemos preguntarnos por qué "calle" transita el alumnado inmigrante de nuestras aulas o asociaciones y por cuál el profesorado o los educadores cuando abordan la interculturalidad.
La interculturalidad no es un hecho extraño constituido a base de actividades extraordinarias que reducen las culturas a descripciones u objetos que se ponen en expositores. Es la naturaleza misma de la relación que establecemos desde nuestra unicidad de sujetos abiertos al encuentro y al dialogo con los otros para realizar proyectos compartidos. Es un intercambio entre sujetos que aportan visiones y expresiones diferentes, configuradas por el patrimonio cultural de referencia y por la propia interpretación que cada cual hace de sus vivencias y proyectos, para crear una realidad común del que se es co-responsable. Hay que ser muy cautelosos/as cuando queremos promover culturas de origen: cada persona se apropia de sus orígenes de una manera diferente y ¡los orígenes también se mueven! Luego habrá que preguntarse qué es una cultura de origen en un lugar de destino, o sea fuera del contexto que le dio significado y funcionalidad. Tiene que ser forzosamente algo inédito y por hacer, porque una cultura es siempre, entre otras cosas, un proceso de interpretación y adaptación a la realidad, aquí, ahora, desde un pasado, evidentemente, pero también orientado hacia el futuro. Es más importante construir sobre lo que se comparte y lo que se puede descubrir y realizar juntos, incorporando las diferencias. Remarcarlas puede llevarnos a crearlas donde no las hay o ahondar en ellas y, por lo pronto, es muy posible que nos equivoquemos si pensamos, por ejemplo, que al niño o la niña marroquí lo que más le gusta es el té a la menta, o al niño o la niña colombiano el vallenato. Puede desorientar y devolver constantemente a muchos niños y niñas a lugares con los que no se identifican y sobre todo hacerles más difícil encontrar su ubicación en su nuevo espacio de vida. Educación intercultural no significa hacer presentes los orígenes del alumnado extranjero y esperar que los niños/as aporten datos relativos a los países de donde proceden sus familias, sino educar a todos/as, sean de aquí o de otro lugar, para el descubrimiento mutuo y el compartir los patrimonios de vivencias y aprendizajes. En estas dinámicas es importante que todos/as puedan expresarse con confianza y sinceridad, sentirse valorados/as en lo que aportan al grupo.
Ni tienen que sentirse diferentes los/las niñoas/as inmigrantes ni sólo ellos/as. Y sobre todo no seamos nosotros/as que les hagamos sentirse diferentes, que sean ellos/as que digan si se sienten de otro lugar y en qué. Puede contribuir a relajar la tensión en la que viven algunos/as ante presiones de sus familias, o evitar que manejemos referencias que éstas no tienen o están reconstruyendo en función del nuevo entorno y de su proyecto de vida. Este es el sentido de la interculturalidad: permitir que las diferencias se integren lo más fluidamente posible en el quehacer cotidiano del aula, hacer de ellas oportunidades de enriquecimiento y no obstáculos a la comunicación y la convivencia. No debería haber pues actividades interculturales sino un modo de hacer y estar intercultural, que integra y ayuda a dar sentido a las experiencias vitales, a los valores y conductas de los diferentes entornos sociales.
De momento los jóvenes están en el "mundo" del que hablaban familiares o vecinos, donde ha emigrado gente de su entorno y de donde ha venido, cada verano, cargada de objetos difícilmente alcanzables desde la situación económica en origen. Están en el mundo cuyas imágenes contemplaban en los televisores y el impulso por descubrirlo es probablemente mayor que la conciencia del bagaje vital y de las lealtades ligadas al origen socio-cultural, salvo en los afectos. Ello requiere que nuestra atención sea de corazón no de conceptualización.
Somos seres culturales pero los sentimientos trascienden las culturas respectivas (no así su expresión y la respuesta ante ellos) y por ello es importante discernir y no invocar sistemáticamente los choques culturales ante las dificultades.
Las peleas no tienen porque ver siempre con los orígenes, si bien es fácil insultarse a base de frases hechas, aprendidas y repetidas sin crítica. La inquietud de un/a adolescente inmigrante puede tener tanto de "acné juvenil" como de dificultades familiares, al igual que la de un/a autóctono/a.
Lo que sí es importante valorar es cuánta divergencia tiene que afrontar entre su mundo familiar y el de la escuela o la calle. Las contradicciones varían mucho y habrá familias que no pueden cumplir su responsabilidad por las mismas razones que otras tantas familias locales: los tiempos de trabajo, las prioridades e intereses de los padres, ... No pidamos a los padres y madres inmigrantes más de lo podamos esperar de los de aquí ni hagamos de la cultura la panacea de todo, separando a las personas en lugar de favorecer el respeto y la solidaridad (comprensión de que compartimos una misma humanidad y por ello una misma responsabilidad mutua) y de desarrollar la empatía (apertura al "mundo" de la otra persona).
Las familias inmigrantes tienen ciertamente dificultades para comprender y manejarse en la sociedad donde residen pero ¿sólo ellas? y ¿no hay dificultades económicas y sociales que son igualmente el lote de muchas familias locales? La realidad está en transformación pero mantiene constantes de injusticia y desigualdad. En procesos de transformación estamos inmersos personas y sociedades, tanto de origen como de destino, y los más sensibles y receptivos a ella son los/las jóvenes.
Es muy probable que sus intereses disten mucho de las imágenes sobre los lugares de procedencia de sus familias que entusiasman a Occidente. Tampoco tienen edad para conocer y comprender suficientemente las tradiciones ni las evoluciones de las sociedades de origen de los padres; difícilmente estas culturas pueden ser una referencia clara y, en todo caso, su personalidad aún está en formación y no han podido amaestrar y dar coherencia a todos los elementos que la componen. La migración les ha introducido a un mundo más amplio que el de los niños o niñas no migrantes, lleno de contradicciones más marcadas. Es un potencial que tienen y la manera en que consigan descubrirlo y desarrollarlo dependerá mucho de las condiciones del entorno. La cultura y la lengua de origen son una riqueza y un recurso más que tienen para situarse y relacionarse con su entorno social, no un pretexto para la separación. La tarea educativa debería ser acompañar la organización de esta complejidad específica ayudando a desentrañar y discurrir, tender los puentes necesarios para el transito entre orillas.
Si la emigración expone a las personas a muchas dificultades que, como se dijo antes, no son todas culturales, y quizás convenga también recordar que, en la escuela tal como está, no sólo los niños / niñas inmigrantes sufren choques culturales, sino muchos/as alumnos/as autóctonos/as ante contenidos curriculares y metodologías que poco o nada tienen que ver con sus intereses y ritmos vitales. A diferencia de las culturas que no son homogéneas sino en constante recomposición de elementos dispares, el sistema educativo es hegemónico a pesar de la diversidad del alumnado y por ello no ha logrado evitar un número alarmante de fracasos escolares.
La incorporación de inmigrantes sólo confirma sus insuficiencias y exige una renovación de la apertura a la realidad social. Para avanzar en la comunicación y convivencia intercultural, tenemos que apearnos de nuestras certezas y rutinas, dejarnos interpelar una y otra vez el corazón y la razón ... Ya lo dijo Freire: "dar la palabra" y escuchar, dejar que la palabra de la otra persona nos llegue y nos abra a ella, que transforme nuestra visión del mundo y nuestro modo de ser y hacer.
Fuente: Interculturalia